jueves, 2 de junio de 2016

Amor y Control...





 ...Aunque tu seas un ladrón y
aunque no tienes razón yo
tengo la obligación de socorrerte...
Rubén Blades
Tiempo más tarde, en el callejón 4 de la esquina El Puñal, Luis Alejandro Beltran recordaba en un parpadeo los años de vida entre los bloques 52 y 54 de la Sierra Maestra; se crió en las fauces del barrio “El Plan” en la parroquia 23 de Enero de Caracas. Su madre, María del Rosario Beltrán, mulata de piel gruesa, cuerpo robusto y mirada desafiante, oriunda del Cafetal, un poblado montañoso de muchos árboles, casas hechas de bahareque, zinc y calles empedradas, ubicado remotamente en el Estado Miranda.

Llegó a la capital producto del éxodo que se desarrolló en la época de los años 40 y 50, traslado que le costó dos décadas de trabajo en una vieja hacienda que perteneció a los Bolívar y Ponte, llamada Horizonte. Allí transcurrió su vida como criada de la familia Prieto Guerrero, puesto que heredo de su madre,
Barriadas en los cerros de Caracas
luego de que ésta falleciera a causa de una deficiencia respiratoria en medio del cumpleaños del hijo menor del hacendado, asunto, que María del Rosario asumió como un castigo, ya que a sus once años jamás había pactado para tales oficios, pero el Mayor Prieto Guerrero señaló que era responsabilidad de María del Rosario ocuparse de los deberes que su madre había incumplido, por lo tanto, ella les pertenecía por naturaleza. Labor que a sus dieciséis años terminaría, cuando el Mayor Prieto Guerrero la siguió a las orillas del rio Sanare e intento seducirla en el momento que María del Rosario se encontraba desnuda lavando los harapos sucios como acostumbraba todos los domingos por la tarde.

A causa del descontento por no disponer a su antojo, el Mayor Prieto Guerrero acusó a María del Rosario de robarle la cadena de bautizo de su hijo menor Alfredo Guerrero, repudiándola y enviándole a trabajar como recolectora en los campos lacerados de cacao; lugar donde dio ha luz a sus dos hijos, el primero, Luis Alejandro Beltrán, quien por ser el mayor permaneció más tiempo con su padre Gilberto Seguera, compartiendo infinitas horas de trabajo en los cañaverales al pie de la montaña. Un año más tarde, nació José Alberto Beltrán su hijo menor, quien falleció al contraer pulmonía días antes de cumplir los siete años.

María del Rosario siempre se caracterizo por ser una mujer de fuerte carácter y la muerte de su hijo resulto para ella una jugada del destino. A su marido Gilberto Seguera, la muerte de su hijo le deterioro a tal punto que murió tiempo después a los 62 años, a causa de una extraña enfermedad en el hígado que los médicos diagnosticaron de manera tajante como una cirrosis, probablemente por su exceso en la bebida.

Tiempo más tarde, María del Rosario y su hijo Luis Alejandro, se enterarían de la noticia por medio de una carta que le entrego una prima del occiso mientras éste se encontraba a la afueras del pueblo trabajando en una mina de carbón en el oriente.


El arte de la guerra

Para nadie es un secreto que años de políticas clasistas, abandono, desinterés, racismo y exclusión por parte de la burguesía hacia los sectores populares, dejaron ver de manera pragmática la miseria dibujada en las orillas de los cerros, ríos, plazas y al pie de las montañas del valle de Caracas.


En el año 46, Luis Alejandro cumplía sus quince años de vida, ¡vaya vida!, murmuró, “salimos de Guatemala pa´ guatepeor…que bolas, jodidos, sin plata y sin comida en el racho, ¡yo mismo soy vale!, hasta cuando este peo mamá, usted trabaje en lo suyo que yo hago lo mío”. Lamentos que escucho su madre al fondo del rancho y que mantuvo en silencio con aires de culpa, mientras su diestra ocupaba una taza de café negro y su garganta ferrosamente engullía la ultima pieza de pan salado sobre la mesa.


Entre ceja y ceja, para Luis Alejandro su realidad era una interminable escalera en forma de caracola, el olor a cloaca y un aire denso como de cementerio, que dejaron entre sus precoces manos una rutina de vida acelerada, donde el tiempo es marcado por la aguja del fierro y dios declara el libre albedrío.


Juego macabro

A sus 22 años Luis Alejandro o mejor conocido en el barrio y las zonas aledañas como el “Guitarrero”, apodo que le fue otorgado en los bajos fondos por el charrasqueo que producían sus armas de gran alcance y de contundencia masiva. Como dicen en el barrio, “no creía en nadie” y era siempre el primero que repicaba en las balaceras contra la policía o demás bandas; desarrolló en su oficio una agilidad casi admirable en su forma de manejar aquellos poderosos fierros, así como, su conocimiento sobre ellos, imitando casi perfectamente con su voz el sonido que producen al accionarlas. Algunos comentan, que su apodo se debe a las tremendas parrandas donde terminaba cantando y bailando solo a las seis de la mañana gritándole al barrio su bien conocido “No se oye”.


Junto a sus colegas, Luis Alejandro llegó a manejar grandes cantidades de drogas y conformaron una de las bandas más poderosas y peligrosas del “Plan de Manzano”.


Si naciste pa´ martillo, del cielo te caen los clavos

En la madrugada del 3 de Noviembre del 1957, en plena rumba en la barraca, cerro de callejones sin salidas y un terreno ingobernable, Luis Alejandro el “Guitarrero” que llevaba a cinco en las costillas, fue sorprendido por lo que describe como una ráfaga de plomo, una luz incandescente que parpadeaba sin cesar sobre su cuerpo, logró distinguir la silueta de un hombre poseído por una brutal violencia desparramada, que descargaba su arma sin remordimiento alguno sobre todo aquel que estuviera a su paso; “a pesar de estar armado, no logre ver quien era, ni mucho menos sacar el arma, en unos segundos me encontraba en el suelo, sujetándome el estomago y vomitando sangre”. Luis Alejandro, tendido en el suelo y sin lograr levantarse recuerda haber escuchado por breves segundos la voz de su madre, y ver en el instante preciso en que su mirada se desvanecía, una niebla blanca en la que su hermano menor José Alberto Beltrán volaba una cometa en la callejuela del Cafetal, el lugar donde nacieron, “Me desmaye y no supe más nada”.
Santo Ismael o Santo Malandro

Para su suerte, despertó dos días después en el Hospital Pérez Carreño, defecando en bolsa, respirando artificialmente con un pulmón perforado y la clavícula rota, su madre quien desde siempre lo acompaño a pesar del entrañable dolor de ver a su hijo casi morir y caer varias veces en la cárcel, jamás le abandono. A pesar de lo miserable que para su hijo era la vida, lo acompaño durante las peores horas en el hospital, donde Luis Alejandro apenas se lograba sostener del marfil del enrejado de su cama y sobrevivía al dolor por el adormecimiento de las agujas de morfina.


Saliendo al ruedo

Luego de un par de semanas en cama, Luis Alejandro y su madre se despiden del pestilente olor a enfermedad y la sarna contraída por las sabanas del hospital; a pesar de la agonizante experiencia y de estar al filo de la muerte, para Luis Alejandro lo sucedido no eran más que gajes del oficio y a las pocas horas en compañía de algunos amigos y familiares descarrilados, contemplaba su increíble suerte y alardeaba sobre su reputación en el barrio. A cambio, para María del Rosario, la situación era la gota que derramo el vaso, para ella su hijo no era más que un desalmado, que a causa de la droga, las malas juntas y una situación de pobreza conllevaron a crear tal demonio, un ser sin razón y sentimiento, que salió de su vientre a causar estragos. Como madre jamás se lo perdono.


El mensajero

La mañana del 3 de Noviembre del 1969, María del Rosario recibió la noticia que durante 32 años le había robado el sueño, fue entonces cuando una vecina, Amargo Quintero, luego de subir a cuesta con su niño en brazos, toco la puerta del rancho de María, “lo recuerdo con claridad, me encontraba en la cocina cortando unas cebollas, sentí que la noticia me había llegado antes que tocara a mi puerta, una presencia escalofriante que me rozo el hombro y un viento con olor a flores de cementerio levanto las cortinas; lo primero que me vino a la mente fue Luis Alejandro...algo le paso”.


Punto final

Esa mañana, Luis Alejandro no vario la rutina que siempre cumplía con precisión, por lo que no demoró mucho en vestirse; salió a fumar un cigarro mientras su madre preparaba el desayuno y recalentaba el café en la hoyita vieja de peltre que la abuela había dejado. Un amigo de la infancia, que lo retuvo en una conversación durante unos minutos, le advertía que el “Chuito”, su némesis, lo andaba buscando, por lo que para él, era mejor que se resguardara en casa por unos días, Luis Alejandro, soltó la carcajada, “no vale chico, yo no me le escondo a nadie”; su madre, detrás de las cortinas, apretaba con fuerzas la mandíbula mientras su hijo arrogantemente alardeaba sobre su suerte. A los pocos minutos, Luis Alejandro decidió bajar al mercado principal de los frailes en busca de pan y de un encargo que le habían dejado; “lo oí salir del rancho, pero sin detenerse me echo la bendición, bajo deprisa como si algo lo aguardara”. Para su sorpresa, dicen algunos testigos, que Luis Alejandro llego al callejón 4 de la esquina El Puñal y entro a la panadería del portugués, para luego seguir su camino al mercado donde el encargo lo esperaba; tres hombres fuertemente armados lo abordaron, abriendo fuego contra su humanidad, Luis Alejandro sorprendido corrió hasta que sus piernas desistieron de sus principales funciones, cayo herido a un par de metros, mientras que los tres asesinos descargaban todas sus municiones sobre su cuerpo ya moribundo. 

 

Amor y Control

María del Rosario, jamás imagino tener que enterrar a sus dos hijos, era innatural llevar a sus primogénitos al campo santo, puesto que ellos, deberían cargar su féretro a lo que Dios le llamara. Para ella, aquellas palabras de su hijo quedarían cinceladas en su subconsciente y marcarían el destino de una trágica escena, que lamentaría hasta el día de su muerte.





Mucho control y
Mucho amor
Para afrentar a la desgracia…

Por Jair Sandino Mata.

¡La vieja y el viejo se quieren casar!

 

 La Tradicional Manifestación de las Locaínas en el poblado de Torunos

     En el poblado de Torunos, ubicado a las orillas del Río Santo Domingo fué un lugar que durante los siglos XVIII y XIX fue el epicentro de intercambio comercial en el estado Barinas, y aunque hoy no parece navegable hubo un tiempo en que sí lo fue, ya que allí hubo un puerto fluvial donde atracaban barcos a vapor  que navegaban la intensidad de los ríos Santo Domingo, Apure y Orinoco.
   Torunos hereda su nombre de sus pobladores originarios la etnia indígena Torumo que junto con los Canaguaes y Suripaes poblaban las riveras de los ríos barineses.
Casa de Comercio Instalada a orillas del río Santo Domingo
  todos los 6 de Enero , en la celebración de los Reyes Magos tiene lugar la manifestación cultural de las Locaínas; se trata de hombres quienes se disfrazan del sexo opuesto con mascaras y exageradas proporciones que ellos mismo elaboran con materiales reciclados; donde representan personajes como La Vieja Barrigona, El Viejo, El Mudo, El Enano Y el Diablo. La danza va a compañada del sonido del cuatro y el tambor y unos versos que improvisa el Capitán de los Locos donde va contando la historia de una mujer que exige la responsabilidad sobre la paternidad de su hijo.

Locaínas de Torunos
   La Vieja Barrigona va enseñando a todo el publico su barriga y exigiendo a los hombres que encuentra dinero para la leche y la alimentación del niño, el diablo corresponde a una figura de autoridad que infunde miedo y correa a las personas que encuentra a su paso y les dá correazos, como todo esto se desarrolla durante una caminata todo el que este en la calle pasa a formar parte de la tradición, Mientras las muchachas o las locas (hombres disfrazados) van  haciendo demostración de sus atributos, abrazan, besan y bailan con los hombres que encuentran el Enano se encarga de Robar lo que encuentra a su paso(gallinas, alimentos), la celebración inicia al amanecer y termina a las 3 de la tarde cuando la vieja da a luz en un casa donde hacen un ágape.

                           
Mi vivencia Personal...

Señora Caridad Currety Cronista de la localidad
                           Siempre escuché de las locaínas, es más, de pequeña me advirtieron no salir de casa el 6 de Enero, ya que las locaínas también tienen su fama debido a que el diablo a quien va consiguiendo en la calle le cae a correazos, aunque en un principio creí que se trataba de una mentira, ciertamente el 6 de enero del 2005, mientras estaba en mi casa aparecieron, ya que ellos hacen una caminata desde el Poblado de Torunos Hasta la casa de la señora Caridad Currety una cronista de la localidad donde culminan su celebración con una comelona y se reparten todo lo que recogen durante el baile, evidentemente es todo un fenómeno cultural que se ha ido nutriendo desde lo autóctono, y que ciertamente se trata de una manifestación que ha ido de generación en generación. Lo cierto es que el día que estuvieron frente a mi casa tomaron la carretera nacional y comenzaron a bailar frente a los carros que pasaban, La Vieja Barrigona que es muy notoria durante toda la danza exigía dinero al conductor mientras las muchachas locas hacían bailes frente al vehículo, al otro día se escuchaban los cuentos, que si a las hijas de Frías le habían caído a correazos, que le robaron dos gallinas a Doña Felipa, y pare de contar...

Las Locaínas de Torunos son una manifestación propia que además es una de las tantas demostraciones culturales de Venezuela que implican el travestismo. Aunque algunos grupos religiosos de la población quieren etiquetar de delincuentes debido a la ingesta de licor, robo de gallinas entre otros, es algo que se ha venido haciendo desde alrededor de 1825 cuando Torunos aun era un puerto fluvial y que se ha mantenido y no solo implica la comparsa, los versos, los disfraces, si no también la construcción colectiva de la identidad Toruneña.

¡A caballo blanco les vengo a cantar, la vieja y el viejo ya pueden pasar!